domingo, 18 de enero de 2009

DANDO SALTOS


En pleno centro de Kigali, a diez minutos andando de los grandes supermercados y tiendas, de los bancos y oficinas, se halla el lugar que más me ha aportado en estos tres meses: un lugar de barrio, rodeado de vendedores ambulantes y verdulerías; un lugar de paso, que sólo la gente distraída encuentra; un lugar hecho de pequeñas cosas, únicamente unido a la capital por una escalera empinada y serpenteante. Una escalera y dos mundos, este es el camino que recorro todos los lunes, miércoles y viernes para ser voluntaria en el orfanato “Mission of Hope” de las Calcutas.

Recuerdo perfectamente todo lo que sentí cuando entré allí. Tengo que decir que la primera impresión no fue muy buena: pasillos oscuros, un montón de niños juntos en la misma cuna y ese olor, o mejor dicho, mezcla de olores entre ropa sucia, pañales y papilla, tan profundos que impregnan tu ropa, tu pelo y todo tu ser. Nunca había estado en un orfanato y que mi primera vez fuera en África no me dejó indiferente. No obstante, sólo hubo una cosa que me impactó lo suficiente como para decidir invertir una parte de mi tiempo en esto: los pequeñajos que viven allí. Así que una vez superado el “shock” inicial, casi sin darme cuenta, de repente me sorprendí a mí misma cambiando pañales de tela y dando de comer a un montón de niños impacientes por ser los primeros.

Fue ese día cuando por fin empecé a sentir que al menos (aunque sólo fuera por unas horas a la semana) para alguien era importante que yo estuviera aquí, intercambiando un poco de mi tiempo a cambio de toda la fuerza que ellos me dan.

Desde entonces, tres días a la semana, dejo el mundo de la oficina, de las reuniones de trabajo y de la vida en el centro para dar un salto y adentrarme en ese otro mundo que, aún en pleno corazón de Kigali, muchos ni siquiera saben que existe.

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