jueves, 26 de febrero de 2009

GORILEANDO

Prácticamente desde el primer día que aterrizamos en África nos venimos quejando del boicoteo continuo que sufren nuestros planes. Miro en mi agenda personal los meses pasados, demasiadas notas tachadas.
Era viernes y Mª Paz volvía de su experiencia particular de vivir en el seno de una familia ruandesa. A las tres habíamos quedado en que pasaría por la oficina a saludar y a recogerme para ir juntas al orfanato. Como llegó antes de lo esperado fue primero a la oficina de turismo. Puntual como un reloj, a las tres y cinco ya estábamos saliendo por la puerta:

- Tengo una buena noticia que darte
- ¿¿Sí??... ¡Sorpréndeme!

La oficina de turismo había sacado una oferta para ver a mitad de precio los gorilas, pero no sólo eso ¡nuestros nuevos visados eran de residentes! Así que conseguiríamos ver los gorilas por un precio cuatro veces inferior de lo que cuesta habitualmente. Nuestros bolsillos podían permitírselo así que, ni cortas ni perezosas, fuimos a comprar nuestras entradas y el viernes por la tarde ya estábamos en Ruhengeri impacientes porque llegara el momento de nuestra tan esperada excursión.

Éramos ocho los que iríamos hasta la ladera del Karisimbi, frontera con el Congo, para ver el grupo de gorilas SUSA. El más alejado pero más numeroso; cuarenta gorilas con seis espaldas plateadas. Todavía no creía que eso fuera a suceder realmente.


Cuando nos acercábamos al volcán cruzamos un pueblo en el que sus innumerables niños salían a nuestro paso pidiéndonos AGACHUPAS (botellas de plástico) no sé muy bien para qué. La ropa destartalada y vieja que los niños vestían provocó que mi ilusión tocara el suelo. La experiencia era algo único, irrepetible. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en cómo la gente adinerada atraviesa continuamente este poblado roído por la miseria y en cómo el turismo que suscitan los gorilas no repercute en estos niños.



El ascenso no fue excesivamente complicado. Fueron tres horas y media que nos permitieron cruzar un precioso bosque de bambú y una zona de impenetrable vegetación la cual sólo cedía el paso a unos tímidos rayos de sol y al implacable machete de nuestro guía.



Finalmente llegó el momento. Habíamos encontrado a los gorilas; estaban allí a unos escasos cien metros. Dejamos nuestras bolsas y nos acercamos. La primera sensación que tienes al ver uno de estos animales es que no es real. Todos estábamos atónitos observándolos mientras ellos seguían con su rutina diaria. Probablemente ya hayan aprendido a tomarse esto como un trabajo cualquiera: una hora al día de estúpidos humanos mirones a cambio de la seguridad de una vida tranquila para ellos y su familia. En su mirada no había curiosidad, ni miedo, sino una total indiferencia como quién mira un aburrido programa de la tele para pasar el rato.



No obstante para mí ha sido una de las experiencias más bonitas vividas hasta el momento. Su enorme parecido con las personas es indudable: sus manos y sus pies, sus gestos; la manera de abrazar a sus pequeños, de jugar, de dormir. Ello, junto con la majestuosidad de los machos adultos de espalda plateada, ha grabado imágenes en mi mente que jamás olvidaré. La hora con los gorilas pasó volando y ha dejado en mí la sensación de que todo esto ha sido un sueño.





En África nunca sabes lo que te va a deparar el día. Nosotras siempre nos quejamos de que África boicotea nuestros planes, pero hay ocasiones en las que se siente generosa y te da más de lo que jamás habrías esperado.

miércoles, 18 de febrero de 2009

martes, 17 de febrero de 2009

domingo, 15 de febrero de 2009

UN LUGAR EN EL MUNDO

El pasado fin de semana mi compañera Mª Paz y yo, movidas por nuestras ganas de atrapar la realidad del país, decidimos ir a visitar dos monjas de la congregación “Obra de Jesús, María y José” para conocer el proyecto que están llevando a cabo solventemente durante más de 34 años.

A escasas dos horas de la capital, arropada entre montañas, cafetales y campos de maíz, se encuentra la pequeña ciudad de Kayenzi. Allí nos esperaban de buena gana María José y María para mostrarnos lo que para mí fue un infinito particular. Los principales esfuerzos de la congregación se concentran en el desarrollo de un centro de formación profesional en el que también consiguen becas de movilidad para jóvenes estudiantes; un centro médico donde tratan enfermedades de todo tipo como buenamente pueden, desde malaria a cáncer de mama, dada la limitación de medios; y un centro de maternidad donde María José junto con sus colegas ruandeses traen al mundo una media de dos niños al día.





El encuentro no solamente se ha ceñido a una mera visita para conocer en qué consiste su trabajo sino que ha sido toda una lección de hospitalidad. Estar allí nos ha permitido ver y compartir la cercanía de las monjas con la gente, asistir con ellas como dos miembros más de la comunidad a una misa muy alegre donde nos hemos convertido en el punto de mira (por ser blancas, claro está), y recibir un curso avanzado de maternidad; admirándonos en todo momento por su capacidad para comunicarse en kinyarwanda. También nos han contado sus experiencias en un campo de refugiados y durante el comienzo de la guerra. Han integrado muy amablemente a dos desconocidas en su casa, en su mesa y en su vida.



El fin de semana ha pasado volando y ha terminado con Mª Paz y conmigo metidas en el autobús de vuelta a Kigali con nuevas enseñanzas en la mochila apelotonadas entre los pocos huecos que nos ha dejado el montón de zanahorias, puerros y acelgas que María José y María nos han regalado. Mientras nos alejamos pienso en las personas que encuentran su lugar en el mundo, dedicando día a día su vida a los demás.

domingo, 8 de febrero de 2009