miércoles, 14 de enero de 2009

¿POR QUÉ AHORA?

Ayer se cumplieron tres meses desde que llegué a Ruanda. Desde entonces son muchas las cosas que me han pasado: muchos lugares visitados, muchas lecciones aprendidas, momentos tristes, angustiosos, felices y mucha gente conocida. Hasta el momento no me había parado delante del ordenador a tratar de poner orden a todas esas cosas, a compartir lo que me pasa o me deja de pasar por la cabeza. No obstante, estas vacaciones me han hecho plantearme que hay historias que merecen ser contadas.
El pasado 27 de Diciembre empezaron oficialmente mis primeras y únicas vacaciones en Kigali. Todo lo que sabíamos después de los duros meses de adaptación (porque empezar a entender África, o al menos Ruanda, no te lleva el típico mes que dicen dura la adaptación) era que queríamos pasar la última noche del año en una playa paradisíaca. Así, dada la limitación de opciones nos montamos en el primer bus que nos llevo hasta Rusumu, frontera entre Ruanda y Tanzania. Nuestro único objetivo era llegar a Zanzíbar lo antes posible aun sin saber muy bien cómo hacerlo. El recorrido no fue lo que se dice “un paseo en barca” pero tras dos días y medio de autobuses, taxis locos y un maravilloso”Land Cruiser” conseguimos llegar a nuestro destino.
Las vacaciones han sido tranquilas y exóticas a la vez y me han permitido conocer un país tan peculiar como Tanzania donde tal mezcla de culturas como la africana, árabe e india todavía me hace plantearme si ésta es una buena combinación. No obstante, mi primera entrada en el blog no busca contar mis vacaciones en la playa (aunque también serían dignas de mención).

El viaje no habría sido más que otro “típico” viaje de jóvenes si no hubiera sido porque el último día cuando ya sólo nos quedaba la vuelta a casa África, como siempre, nos volvió a sorprender. Para volver de Stonetown (Zanzíbar) a Dar es Salaam hay que coger un ferry que en dos horas te lleva de un punto al otro. Nada más bajar del ferry, Katherina, una alemana que habíamos conocido en una de las playas y que había decidido pasar su último trecho del viaje con nosotros, nos presentó a dos amigos que habían venido a recogerla. Claude es ruandés pero trabaja en Dar y Narsa es de Omán. Ambos son vecinos y por la relación que tienen cualquiera diría que se conocen de toda la vida. Son las personas más amables que nunca he conocido y se ofrecieron a ayudarnos a encontrar un lugar donde pasar la noche. Así que de pronto me vi en el coche de unos desconocidos a los cuales les había bastado saber que éramos amigos de sus amigos para abrirnos las puertas de su casa. Nada más llegar Claude nos presentó a sus dos hijos y a su mujer. Estuvimos charlando un rato, nos ofrecieron unos mangos riquísimos y nos llevaron a un restaurante italiano para comer. Después fuimos a la playa donde nos quedamos tomando cervezas en un bar, casualidades de la vida, llevado por un catalán. A la vuelta a casa, Jorge y yo dormimos en el pisito de Narsa, la cual nos ofreció su única habitación mientras ella se empeñaba en dormir en el sofá. Pero si con todo esto no fuera suficiente, tanto Claude como Narsa se levantaron a las cinco de la mañana para llevarnos hasta la estación de autobuses, asegurarse de que encontrábamos el bus con dirección Kigali y comprobar que nadie intentaba hacer negocio con los blancos a la hora de pagar el billete.

Este viaje me ha hecho darme cuenta de que incluso en los lugares más inesperados encuentras a gente sorprendentemente buena que ofrece todo lo que tiene sin esperar nada a cambio. Sin embargo, lo más sorprendente de la historia es de dónde sale esta gente. Claude nos contó que durante el genocidio fue testigo de cómo mataban a sus padres y más tarde de cómo metían al asesino en la cárcel para, poco después, volver a soltarlo. Nos contó cómo su madre antes de morir le pidió que siempre fuera bueno con todo el mundo.

Es increíble cómo de las situaciones más horribles y crueles puede salir personas tan generosas y amables. Creo que sólo por esto, porque todavía exista gente así, vale la pena tener fe en ese “otro mundo posible”.

El genocidio tuvo dos caras: detrás de la más cruel existe una cara amable formada por toda esa gente que como Claude tratan de reconstruir su vida sin perder la fe en la humanidad. Esa es la parte desconocida de la historia que merece ser contada.

2 comentarios:

LuciaMsq dijo...

Xiki!! Me ha encantado que cuentes esta experiencia...Me ha emocionado!!
Mucho ánimo con todo!

Israel DLR dijo...

Se me empañan los ojos al leer la historia. Espero que sigas compartiendo experiencias tan bonitas como esas con nosotros. Muchísimo ánimo y suerte en Kigali. Personas como vosotros son las que cambian las cosas, aunque sea poco a poco. Un besote