domingo, 15 de marzo de 2009

A CONTRATIEMPO

Bien podría decirse que una beca internacional como la mía se parece a una carrera de obstáculos. Si la salida se ve dificultada por los innumerables codazos que la burocracia te propina mediante su interminable papeleo y las dichosas vacunas, los esfuerzos verdaderos aparecen a la hora de saltar las barreras culturales y lingüísticas. Al igual que en las carreras, necesitas constancia y paciencia para dominar el salto; salto que ha de ser alto para no tropezarte con la valla cultural y largo para que la fosa del lenguaje no te salpique. Tardas pero con el tiempo vas perfeccionando el salto. Tras esos primeros estadios de la carrera empieza a surgir otra dificultad llamada la soledad del corredor de fondo. Aparece por la necesidad de estar con los tuyos y por la falta de amistades en el país recién llegado. Esta sensación es dura y larga pero también salvable. Todo atleta tiene sus trucos y habilidades pero al llegar al último estadio de la carrera nos nivelamos. Ahora competimos contra el tiempo. Si al principio sus zancadas eran cortas y parsimoniosas, a estas alturas el tiempo se convierte en un corredor eléctrico y de rápidas zancadas. Y aquí nos encontramos ahora mismo mis compañeras y yo. Tenemos la necesidad de aprovechar al máximo cada momento porque la carrera se acaba. Es esa sensación la que nos ha empujado a visitar los países cercanos a Ruanda; en este caso ha sido Uganda.

Todo empezó un viernes de madrugada con un autobús destino Kampala. El viaje desde Kigali a Kampala son diez horas contando la hora y media que pasas en la frontera para conseguir el visado; en este caso el carnet de la ONU nos facilitó el trámite. Así pues, después de un largo viaje llegamos a Kampala. El cambio es evidente y lo percibes desde el momento en que cruzas la frontera; el paisaje continúa siendo igual de verde pero sin las obligadas subidas y bajadas a las que ya nos hemos acostumbrado en Ruanda.



Las primeras horas en Kampala las empleamos en lo que es la rutina habitual en cualquier viaje: cambiar dinero, buscar donde dormir y tener la primera toma de contacto con la ciudad. Kampala es una ciudad mucho más bulliciosa y animada que Kigali. La gente es más extrovertida y alegre, de manera que te resulta muy fácil hacerte a ella. Desplazarse en Kampala es cuanto menos una odisea debido a su extensión y al caos que reina por doquier. No obstante, enseguida nos acostumbramos a nuestro nuevo modo de transporte, las “bodaboda”: consiste en motoristas un tanto temerarios que conducen entre el caos de la ciudad con sus motos de tres plazas. En este punto ya lo empezábamos a tener claro: el viaje prometía.



Después de esta primera toma de contacto al nuevo día amanecimos con la intención de visitar los principales lugares de interés entre los cuales se encontraba, por supuesto, el mercado de artesanía. El día fue completo y divertido y empezó con la visita a la mezquita de Gadafi. Como era de esperar, a la entrada nos hicieron cubrir nuestro cuerpo. Mariam, como buena musulmana que es, en cuestión de segundos ya estaba preparada para entrar, sin embargo; a Mª Paz y a mí nos llevó un poco más pillar la lógica del pañuelo enrollado en la cabeza. Tras haber superado los pequeños problemas técnicos iníciales y con la ayuda de nuestra pequeña guía (que aprendió a decir “atiende” cual albaceteña de nacimiento) visitamos una de las mezquitas más bonitas que he visto.





A la visita a la mezquita le siguió la visita a la catedral y, posteriormente, al mercado de artesanía. Este mercado se convirtió en uno de los puntos fuertes de nuestro viaje donde la variedad de objetos era muchísimo mayor al precio que después pagabas por ellos. Empleamos horas en él hasta que nos dimos cuenta que si seguíamos así no cabríamos en el autobús de vuelta y decidimos retomar la visita cultural. La siguiente parada fue las tumbas de Kasibi donde están enterrados los antiguos reyes de Uganda. El lugar no tenía nada de especial pero las explicaciones históricas junto con la vestimenta que de nuevo debíamos llevar para entrar a un lugar sagrado hicieron que la visita fuera interesante a la par que graciosa.



El día ya estaba tocando a su fin y ya sólo quedaba cenar algo y ¿dormir? Sería esa noche cuando constataríamos nuestras sospechas. Kampala nunca duerme, así que después de cenar y arrastradas por la vida de la ciudad salimos a tomar algo.

Al día siguiente amanecimos cansadas y con un ligero dolor de cabeza pero estábamos en Uganda; no podíamos pararnos a descansar. La siguiente parada sería Jinja, capital de la aventura en África del Este y lugar de nacimiento del río Nilo. Así que ni cortas ni perezosas nos levantamos, nos tomamos un café bien cargado y nos montamos en el mini bus destino Jinja. Una vez allí buscamos el “backpackers” que nos habían recomendado y preguntamos por una de las actividades que más nos interesaban desde que planeamos este viaje: hacer puenting en el Nilo. La respuesta no se hizo esperar y esa misma tarde ya estábamos subidas en la plataforma. Con el corazón en un puño nos preparamos para saltar.



Sólo nos quedaba un día y lo empleamos en ver la fuente del Nilo, pasear por la zona y para dar un pequeño paseo en barca por el Lago Victoria.





El viaje de vuelta, como todos los regresos, fue largo y cansado pero había valido la pena; quizás algún día volvamos allí.

4 comentarios:

Israel DLR dijo...

Qué envidia sana que das, hija. Tu odisea africana parece fascinante, al menos así se desprende del texto. Un besico

Kofi dijo...

Quiero vivir en Ugandaaaaaa!!!
Me quiero iiiiiiiiiiiiirrrrrrrrrr!!!
Vámonos allí otra vez!!

Anónimo dijo...

hello... hapi blogging... have a nice day! just visiting here....

Paco Bailac dijo...

Superar fronteras nos lleva hacia una plenitud..... sigue.


pacobailacoach.blogspot.com